“Por tanto, hermanos, tengan paciencia hasta la venida del Señor. Miren cómo espera el agricultor a que la tierra dé su precioso fruto y con qué paciencia aguarda las temporadas de lluvia” Santiago 5:7, Nueva Versión Internacional online.
Podríamos comenzar diciendo, que la paciencia es un punto clave para lograr una gestión óptima y eficaz de la enseñanza aprendizaje en el aula. Pero, ¿qué es de manera práctica la paciencia en educación? Tal vez podemos coincidir en que es esperar con calma los resultados en nuestros estudiantes, una virtud necesaria para desarrollar aprendizajes, una ayuda en momentos de desesperanza y de extensas esperas como lo fue la pandemia que acabamos de vivir. Podemos decir también que la paciencia es un elemento necesario que nos invita a la reflexión e introspección de nuestras propias prácticas y acciones docentes. Sin embargo, hoy pareciera que la paciencia se hace más distante al estar inserta en un mundo más bien inmediatista, queremos todo, ahora ya. Sin embargo, en el camino de la educación, sabemos por experiencia que se requiere de tiempo y de distintos tiempos si observamos a quienes transitan con nosotros durante el año académico dentro de un aula.
A continuación, dejo con ustedes algunos conceptos y/o estrategias a considerar, respecto a la paciencia que debemos mantener en el aula y que de acuerdo a su realidad le pueden ser de utilidad:
Recordar nuestra humanidad. Es decir, saber que muchas veces vamos a errar como docentes y que necesariamente debemos trabajar nuestro autocuidado intelectual, emocional y físico, para estar en equilibrio, adaptarnos al espacio donde trabajamos, con el objetivo de estar aptos al momento de establecer comunicación con nuestros estudiantes en el aula y en el contexto de la comunidad educativa en general.
Actuar con conciencia y amor. Que nuestras prácticas docentes emigren desde la conciencia y el amor. Como educadores cristianos, el Señor Jesús, nos enseñó con su propia vida la importancia de ejercer la paciencia desde la conciencia de quienes somos y del amor. El Maestro de los maestros veía a las personas no solo como eran, sino como podían llegar a ser. En definitiva, el docente cristiano debe creer en el ser humano e invitarlo a confiar y creer que en Cristo todo le será posible. El biólogo chileno y premio Nacional de Ciencias, Humberto Maturana, solía decir: “Amar educa… Creando un espacio que acoge, escucha, donde se dice la verdad y contestamos las preguntas con ternura y amor, dándonos tiempo para estar allí con el niño o niña, que un día se transformará en una persona reflexiva, seria, responsable y que va a escoger desde sí”.
Ser honestos. Transmitir veracidad y coherencia entre nuestras palabras y acciones. Eso genera confianza en los estudiantes, calma los ánimos en situaciones extremas cuando a veces se distancia la paciencia de una resolución de conflicto ideal. Por ello, consideramos que la honestidad promueve un entendimiento mutuo que genera la paciencia de manera bidireccional: estudiante-docente. Todos deben comprender por qué se actúa de tal o cual manera.
Ser amables. Durante el proceso educativo, por circunstancias propias del contexto personal o por la misma demanda del sistema, en ocasiones somos docentes hostiles, incluso inaccesibles a nuestros estudiantes, lo cual limita nuestra acción pedagógica y sobre todo humana. Por ello, actuar en conciencia con amabilidad, viendo a nuestros estudiantes como seres por los que Jesús murió, nos invita a la reflexión. Ya que el ser humano aprende mejor en un espacio afable, de confianza y seguridad.
Finalmente, solo destacar que la mejor y más efectiva técnica para mantener la paciencia en el aula es mirar a Jesús y recordar cuánta paciencia tuvo para con nosotros. Él nos brinda todos los días una nueva oportunidad.
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