El tiempo es el mejor capital que tenemos en la actualidad. Es algo que todos poseemos y que, sin embargo, nos excusamos de no poseer.
Hay ciertas tendencias que han ido en aumento con el paso de los años. Una de ellas es que todo lo queremos lo más rápido posible y otra es que siempre estamos ocupados.
Estamos acostumbrados a la comida rápida, a tomar un pastilla para aliviarnos rápidamente del dolor de cabeza, a trabajar mas de 40 horas por semana, a dormir poco, a responder e-mails, a enviar mensajes por el celular, y un sinfín de actividades que nos hacen ir apresuradamente por la vida. Lastimosamente, muchas veces nos olvidamos de lo que realmente tiene importancia.
Muchos, aún en sus momentos de devoción, no reciben la bendición de la verdadera comunión con Dios. Están demasiado apurados. Con pasos presurosos penetran en la amorosa presencia de Cristo y se detienen tal vez un momento dentro de ese recinto sagrado, pero no esperan su consejo. No tienen tiempo para permanecer con el divino Maestro. Vuelven con sus preocupaciones al trabajo.
Estar apurados y siempre ocupados nos ha llevado a experimentar una sensación de falta de tiempo, a sentirnos ansiosos y estresados y -en otros casos- a procrastinar algunas actividades que queremos realizar y que luego nos lamentamos no haber hecho, simplemente por estar desorganizados en el uso del tiempo. Luego aparece la consabida excusa: “No tuve tiempo.”
Si eres estudiante, educador, padre, madre, hijo o hija, no olvides que el tiempo es uno de los recursos más importantes que tienes para desarrollar el carácter y cumplir el ideal que Dios tiene para ti. De igual manera, ten presente que en un mundo acelerado, necesitamos momentos de quietud y tranquilidad.
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