Esta es una continuación del artículo anterior Mi primera alumna autista.
¡Qué impresión tan grande me llevé! El ruido provocado por la niña fue aplacado por otro más intenso, producido por veinte compañeritos.
Esta pequeña de ocho años ingresaba malhumorada todos los días al aula y arrojaba su mochila en medio del salón. Inmediatamente salía corriendo al patio para dar vueltas y vueltas. Si la llamaban para que ingrese al aula, simplemente no respondía. No era capaz de seguir reglas.
Me pregunté: ¿Cómo saber qué piensa? ¿Cómo lograr que trabaje y desarrolle sus habilidades cognitivas al mismo ritmo de los demás? ¿Cómo lograr que juegue con sus compañeros de aula? ¿Cómo hacer que participe y se comporte adecuadamente en un programa al que asistirá toda la comunidad escolar?
Sugerencias tomadas de mi experiencia
Cada mañana, en la puerta del aula, esperaba a mis estudiantes dándoles la bienvenida, con una sonrisa y un abrazo, recordándoles a todos, en especial a esta pequeñita, la ubicación de las mochilas.
Motivé a todos mis estudiantes a saludar a su compañerita con alegría, en voz alta y con un abrazo.
Al iniciar la jornada, desarrollaba el culto matutino de diferentes formas interesantes, varias veces la niña escogía un cántico, expresaba sus pedidos de oración y también oraba.
Frecuentemente, formaba nuevos grupos de trabajo y en uno de estos estaba mi pequeña niña. Cada grupo tenía un líder, quien colaboraba conmigo en la disciplina del aula y repartía a sus compañeros los materiales de trabajo.
En el proceso de enseñanza aprendizaje, la integraba y motivaba a responder preguntas de los temas impartidos, a desarrollar ejercicios matemáticos en la pizarra y a exponer sus trabajos de creación literaria a sus compañeros.
Durante los recreos, solicitaba que la integren en sus juegos.
Con ayuda de la madre, se la preparó para participar en actos cívicos y obras teatrales.
¡Y los resultados llegaron… en poco tiempo!
Cada mañana, la niña llegaba a clases saltando, siempre con una sonrisa y me saludaba abrazándome y diciéndome: «¡Buenos días, profe Laurita! ¿Cómo amaneciste hoy?»
Sus compañeros, antes la observaban, pero ahora se relacionaban con ella. Todos la saludaban y la trataban con cariño; le brindaban sonrisas, la integraban en los juegos y pedían estar con ella en su grupo de trabajo.
Ella cantaba alegre en el coro del aula; usaba trajes especiales para representar personajes en las dramatizaciones.
Su comprensión lectora mejoró notablemente. Su razonamiento matemático aumentó por encima del promedio y sus notas estaban al nivel de los mejores estudiantes.
¿Imposible? ¡No!
Se requiere esfuerzo, ingenio, disposición y mucho valor para unir firmeza y amor en todo el proceso. Los resultados obtenidos con esta pequeña fueron magníficos, pues demuestran que los autistas también son parte de la sociedad y debemos motivar en todos nuestros pequeños el desarrollo de los valores como la solidaridad, el altruismo, la tolerancia, el respeto y el amor por el que es diferente. Así logramos integración, tal como Jesús nos demostró.
Reflexión final
Para ayudar a mis colegas docentes en esta difícil tarea, comparto una canción que resume la esencia del trabajo con niños autistas. Comenta debajo qué te parece y comparte con nosotros tus experiencias.
Hermoso las diferencias nos ayudan a ser mejores personas
Qué linda experiencia! Sin duda la vida fue muy diferente para la niña y su familia. Que Dios la siga bendiciendo y utilizando…
Excelente artículo, cómo puede cambiar la vida de un niño o niña si tan solo nos dedicásemos un poco más a ellos. Reglas sencillas y sobre todo amor.
Hermoso