Mediante las experiencias que viven cotidianamente los docentes y las historias de los estudiantes podemos crecer como personas y profesionales.

Emoción y expectativas de docente recién graduada

Gran expectativa existe en el corazón de un estudiante cuando egresa de la universidad. La mayoría de los graduados jóvenes alberga genuinos deseos de cambiar y transformar el mundo que nos rodea. Así me sentía yo. Soy Laura, y como docente recién graduada, en mi corazón ardía la llama de la vocación y deseaba dedicar todos los conocimientos adquiridos al servicio de Dios y de los niños y niñas que estuviesen a mi cargo, con el propósito de aportar en su desarrollo académico. Como joven maestra había tenido la oportunidad de recibir diferentes orientaciones teóricas específicas sobre cómo tratar con niños con trastorno de espectro autista. Yo podía describir el comportamiento, los gustos, los estereotipos, los miedos y algunos otros detalles relacionados con los niños que presentan este tipo de trastorno.

No mucho tiempo después de adquirir mi grado profesional tuve la oportunidad de asumir la dirección de una clase a la que pertenecía una niña diagnosticada en el espectro más profundo del autismo. Los padres eran personas muy preparadas y manifestaban gran interés en el desarrollo de su hija: asistían fielmente a las terapias con la psicóloga y con el neuropediatra y mantenían comunicación permanente con la psicopedagoga de la institución y, por supuesto, conmigo como la nueva maestra de su hija.

Reacciones inesperadas

Y llegó el primer día y transcurrió la primera hora de clases. El comportamiento de la pequeña era normal, permanecía junto al docente como si todo fuese maravilloso. Pero cuando la niña se dio cuenta de que yo era su nueva maestra, se inquietó tanto que se levantó de un salto, corrió hacia la puerta y salió corriendo a gritar al patio. Inmediatamente la seguí y le pedí amablemente que regresara a su lugar. Intenté abrazarla para contenerla, pero la niña me empujó e intentó patearme, mientras continuaba gritando desesperadamente… En aquel momento, toda mi teoría y práctica se desbarataron. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar? ¿Qué decir? ¿Ceder a su voluntad? ¿Escuchar sus gritos?

Los demás niños estaban atentos observando cómo iba a reaccionar yo con su compañera. Ellos sabían que la docente anterior no era capaz de controlarla y, simplemente, hacía lo que la pequeña quería, pues no quería incomodar sus emociones. Pero yo había aprendido que este proceder no era correcto; así que la abracé con más fuerza, le hablé pausado y firme, tratando de manifestar amor y le solicité que regresara a su asiento y que dejara de gritar. Como la pequeña continuaba gritando, le pedí silencio una vez más, e inmediatamente noté que la clase estaba expectante detrás mío. Entonces, solicité al resto de los estudiantes que, a la cuenta de tres, ellos mismos gritaran para que su pequeña compañera advirtiera que se solidarizaban con su situación. Después de contar hasta tres, todos gritamos… Y, milagrosamente, la niña se calló.

En el siguiente artículo compartiré el porqué de las reacciones de la pequeña con autismo.