“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente —le respondió Jesús—. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39, Nueva Versión Internacional online)
Actualmente se conoce como bullying al abuso verbal, físico o psicológico entre niños o adolescentes en etapa escolar. Los adultos, al recordar nuestra etapa escolar, sin duda hemos vivido algún episodio de bullying, aunque en aquel entonces no lo identificamos así. Eran “simples” bromas que hicimos o tuvimos que soportar entre compañeros. Pero no hay nada de “simple” en estas conductas.
A pesar de que para algunas personas este comportamiento sea considerado “normal” no podemos ignorar las terribles consecuencias que el bullying trae a la vida de los niños y adolescentes. En algunos casos ha llegado a ser la principal razón del suicidio o la muerte. UNICEF, en su informe sobre la violencia escolar, menciona que entre el 50% y el 70% de los estudiantes han estado involucrados en algún tipo de agresión entre pares.
Las cifras son alarmantes y, como si esto fuera poco, han aumentado considerablemente a partir de la pandemia y el uso masivo y sin control de las redes sociales. A pesar de haber identificado al bullying, de conocer sus devastadoras consecuencias y de luchar organizadamente contra estas conductas agresivas, ¿por qué los números no disminuyen? La respuesta es sencilla y podemos encontrarla a continuación.
De la abundancia del corazón habla la boca
Si hay algo que debemos dejar claro es que las personas dan a los demás lo que tienen dentro de sí. Así lo explicó el Maestro de los maestros: “El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón produce el bien; pero el que es malo, de su maldad produce el mal, porque de lo que abunda en el corazón habla la boca” (Lucas 6:45, NVI online).
Con base en este principio de la naturaleza humana, podemos comprender que el trabajo que debemos hacer con los niños a nuestro cuidado es incentivar y promover el amor hacia Dios y hacia sí mismos y, como consecuencia, mostrarán amor al prójimo. Si brindamos bondad, amor, empatía, sinceridad, etc. contribuiremos a que el corazón de los niños se convierta en un buen tesoro que proporcionará lo mismo a su alrededor.
No existe otra manera de enseñar a los niños más valiosa que el ejemplo. Recuérdeles a los niños a su cuidado, cuán valiosos y amados son, demuéstreles con actos de cariño que son importantes, hágales saber que existe un Dios de amor que se preocupa por él y los ama mucho, incluso desde antes de nacer.
La autoestima de los niños muchas veces es descuidada, considerando que por ser pequeños ellos ignoran ciertas actitudes y no pueden percibir la falta de afecto entre los adultos. Pero, al contrario, esto acarrea terribles consecuencias: si los niños ven a los adultos hacerse bullying entre ellos, copiarán esa conducta. Cuanto más si un niño no se siente aceptado, amado o respetado ofrecerá los mismos tratos a sus semejantes. No esperemos recibir buenos frutos de una planta que no ha sido regada y cuidada con atención.
Dios envió a Jesús a este mundo, dio todo y se sacrificó para demostrarnos su amor. Si pensamos diariamente en ese amor incalculable, podremos hacer que esta verdad sea una realidad cada día en la vida de los más pequeños y así nos brindaremos a todos sin ofender, siempre para bendecir.
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