Concluyo esta serie de artículos presentando mi propia experiencia frente a esta innovadora metodología pedagógica.
Crónicas de esta aventura en mi aula
Inmediatamente después de leer unos pocos artículos sobre el tema y viendo imágenes en Instagram de cómo otras maestras lo hacían, pedí una reunión con la junta escolar. Ellos me apoyaron totalmente. Empecé a recaudar fondos y pedir muebles usados a través de mi muro de Facebook y por correo electrónico a todos mis contactos.
En mi salón de clases, busqué un momento especial para contarles a mis pequeños acerca del plan. Ellos no entendían nada, no se lo imaginaban, no sabían de lo que hablaba. Les mostré fotos y sus ojos mostraban incredulidad, porque realmente no creían que era posible tener un aula así. Cuando les pregunté qué opinaban, sus reacciones fueron: “Pero eso no se ve como una escuela; ¡eso se parece a la sala de mi casa!” Y yo les contestaba: “¡EXACTAMENTE, esa es la idea!”
Luego, en un tono más serio, les dije que lo hacía no sólo porque se veía divertido y lindo, si no porque ellos lo necesitaban por su propia salud física y mental. Reflexionamos sobre nuestra vida sedentaria y decidimos hacer cambios. Al pasar el tiempo y al recibir donaciones y al empezar a reemplazar los pupitres por asientos más cómodos, comenzamos a «escribir» una aventura inolvidable. Mis estudiantes y yo planeábamos nuevas opciones, nos quedábamos después de clases para desarmar y armar muebles. ¡Hasta mi esposo me ayudó a seguir planeando y a escribir cartas de gratitud a todos nuestros donantes! El proyecto nos llenó de ilusión y nos dio un sentido de responsabilidad que cambió la relación maestra-alumno. ¡Llegamos a ser compañeros de equipo, de sueños y de planes! En poco tiempo, mis alumnos comenzaron a ofrecer tours espontáneos por nuestro salón a las visitas. Y también escribieron para la revista KidsView (literalmente, «Una mirada infantil»), editada por la Review & Herald. Ellos se hicieron expertos en el tema y comenzaron a influir en otras maestras para que transformaran sus salones y beneficien así a muchos niños más.
Este proceso facilitó muchísimo la transición que se fue dando poco a poco en los adultos y pude observar un cambio radical en su actitud. Comenzaron a sentirse parte de este gran proyecto que los beneficiaba directamente a ellos. Debo admitir que, al principio, tuve temor por la reacción de mis alumnos. Pero les dije que me tenían que ayudar a demostrar que esto funcionaría y ellos lo tomaron como un desafío. Y no tuvimos inconvenientes de conducta o adaptación; ellos mismos empezaron a ser celosos de todo el nuevo equipo de muebles y objetos para promover el movimiento. Eso llegó a ser completamente suyo y actuaban de una manera que me sorprendía día a día. Nadie quería faltar y, hasta hoy, los padres me dicen que cuando sus niños se enferman, ¡lloran porque no quieren dejar de venir a aprender en una ambiente feliz con sus amigos!
También noté cambios en la manera que trabajan individualmente y en equipo. Los niños comenzaron a darse cuenta por sí solos en qué postura y lugar se sentían más cómodos. No todos los días era el mismo lugar; tenía que ver, por ejemplo, con el tema que íbamos a estudiar en determinado momento. Mis alumnos comenzaron a hacerse cargo de manera más responsable de su propio aprendizaje. Eso fue lo que más me sorprendió del cambio. Yo los escuchaba decir: «Bueno ahora me voy para allá y me voy a concentrar mejor». ¡Yo me quedaba boquiabierta mientras observaba tanta responsabilidad! Por momentos, no volaba una mosca. Aunque todos estaban en posiciones diferentes, permanecían muy concentrados, tranquilos, relajados y… libres. La gente se asomaba desde el pasillo para saber si aún estábamos en el aula. Creo que antes se nos escuchaba más…
¡Nunca volvería atrás, nunca! ¿Te animas a unirte al movimiento que defiende las necesidades de los niños, mientras pones en práctica los consejos de Dios dados más de cien años atrás? ¡Espero que sí! Si te animas, escríbeme un correo electrónico y gustosamente te ayudaré a iniciar esta aventura de la que nunca te arrepentirás. No le tengas miedo al cambio, da el primer paso. Estoy dispuesta a contestar todas tus preguntas. Comenta debajo tus progresos.
Yanina C. Fus se graduó en la Universidad Adventista del Plata. Es Magíster en Educación por la Universidad Andrews y actualmente está trabajando en su PhD en esa misma universidad. Enseña primero, segundo, tercer y cuarto grado en una escuela adventista en Illinois, USA. Tiene dos hijos pequeños y está felizmente casada con Diego Jimenez.
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