“La lengua es un miembro muy pequeño, pero las palabras que formula tienen un gran poder” (La voz: su educación y uso correcto, versión online).
La ganadora del Premio Nobel de literatura (1945), Gabriela Mistral, poeta, diplomática, profesora y pedagoga chilena, escribió:
“No digas lo que piensas, pero piensa lo que dices”.
Esta frase certera, aparentemente tan simple, compartida desde su amplia experiencia de vida, esconde una profunda realidad que los docentes necesitamos considerar. Debemos asumir la responsabilidad que tenemos dentro del aula, donde enfrentamos diversos mundos. La palabra hablada por el maestro en el salón de clases o incluso fuera del ámbito escolar, cuando utiliza ese miembro tan pequeño, que es la lengua, impacta profundamente en el desarrollo de nuestras prácticas docentes.
Particularmente durante la pandemia, la palabra hablada desde la virtualidad ha sido protagonista. Más aún cuando la comunicación estaba mediada por la tecnología: a veces no era posible ver los rostros de los estudiantes, simplemente se podía escuchar su voz cuando habilitaban el micrófono de su dispositivo, y se perdía mucho de la comunicación visual. Pero la comunicación logró generar historias, experiencias, aprendizajes y saberes, a partir de la palabra hablada.
La comunicación desafía al ser humano a pensar y transmitir su saber, especialmente cuando hablamos de una educación a distancia. Humberto Maturana lo describe así:
“Todo vivir humano ocurre en conversaciones y es en ese espacio donde se crea la realidad en que vivimos”.
La educación a distancia puede complicar los diálogos entre docentes y estudiantes. Por lo tanto, se hace necesario relevar la buena utilización de la comunicación en el aula, como motor de incentivo y motivación para los estudiantes. La mala comunicación puede afectar negativamente a quienes se están formando. Ahora bien, la comunicación debería pensarse como algo más que solo un estímulo requerido por los estudiantes y transmitido por los docentes. Deberíamos dar espacio para reflexionar y analizar el valor que tiene la comunicación como clave para el aprendizaje.
Por ejemplo, cuando el docente presenta un tema del currículo a los estudiantes, especialmente cuando la instancia no es presencial, surge el planteo: “No entendí; ¿podría explicar nuevamente este concepto?”. Comunicar bien implica evaluar cómo reciben los demás mi mensaje, cómo lo comprenden y/o construyen sus aprendizajes nuestros estudiantes. Por el contrario, una comunicación ineficaz y poco efectiva, demanda utilizar más tiempo para retomar lo que en una clase pudimos haber avanzado. ¿Qué hacer entonces para revertir esta problemática y convertirla en clave de aprendizajes significativos y exitosos?
Obviamente no existe una respuesta exclusiva, sin embargo, es posible observar y considerar el contexto en que transitan nuestros estudiantes y definidamente como docentes, ser autocríticos para propiciar una educación que traspase fronteras comunicacionales, concediendo un espacio importante para mejorar nuestra comunicación.
Y, finalmente, como dijo el apóstol Pablo, que “Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para edificar” (Efesios 4:29, versión online).
Reflexionemos en nuestra labor educativa, posicionando a la comunicación como elemento clave de nuestro papel.
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