Las emociones son parte de nuestra vida. Todos los días enfrentamos situaciones que las alteran y, a veces, nuestras reacciones cambian de un segundo a otro.
Los adultos, quizá por educación o decencia, intentamos dominar nuestras emociones a lo largo del día. Las emociones dependen de nuestro carácter, de nuestro temperamento y hasta de nuestra carga genética. Cualquier situación cotidiana puede disparar las emociones más diversas en diferentes personas. Por supuesto, existen profesionales que pueden ayudarnos a identificar y gestionar mejor nuestras emociones. Como decimos vulgarmente, nos ayudan a no perder el control o «explotar» ante una situación determinada.
Pero los adultos de la familia, ¿están haciendo su parte para educar las emociones de los más pequeños? ¿Cómo podrían ayudarlos a hacerlo? En teoría, los niños debieran pasar la mayor parte del tiempo en casa, con sus padres. También dedican una buena parte de la niñez a la educación formal en la escuela. Pero, ¿cuánto tiempo pasan los niños con la familia? ¿Y cuántas horas dedican a actividades extra?
Realizamos una encuesta a un grupo representativo de 55 familias, cuyos hijos asisten a diferentes grados escolares. Los resultados han servido para tener el siguiente panorama básico:
De los padres casados, la mayoría tiene de 1 a 2 hijos
El tiempo que pasan normalmente con su/s hijo/s es más de 2 horas. A la mayoría les parece un período adecuado. Una minoría ha dicho que es insuficiente.
La mayoría de los padres comparte con sus hijos la cena. Otro alto porcentaje comparte el almuerzo. En tercer lugar, la comida más compartida es el desayuno. Solo 18 familias comparten todas las comidas con sus hijos.
La actividad que más comparten con sus hijos es ver televisión. Le sigue salir de compras con ellos.
La mayoría de las familias encuestadas respondió que asiste a un lugar de culto religioso al menos una vez por semana.
Las principales actividades que realizan los niños, además de ir a la escuela, son la práctica deportiva, el desarrollo de las artes y la participación en clubes no deportivos.
En síntesis, los niños pasan muy poco tiempo de calidad con sus padres y la mayoría de ellos tienen una actividad extraescolar fuera del hogar. ¡Los niños están constantemente ocupados! No olvidemos que dedican buena parte de su tiempo libre a ver televisión o videos de YouTube. También dedican tiempo a jugar videojuegos. Lamentablemente, las familias dedican cada vez menos tiempo a jugar todos juntos, ya sea en el patio o jardín, en una plaza o en un parque púbico, ir a pasear, leerse historias, hacer caminatas o simplemente sentarse y conversar entre padres e hijos.
La educación emocional empieza en casa. Los padres y otros miembros de la familia extendida tienen su responsabilidad en esta difícil tarea. El desafío es preparar a los más pequeños para enfrentar diversas situaciones: enseñarles a llorar cuando sea necesario y a no hacerlo cuando no es necesario, a hablar cuando lo requieran o a no hacerlo cuando es momento de callar, a saber elegir, preguntar y mucho más. Todo esto lo aprendemos de quienes nos rodean. Constantemente recibimos la influencia de todo y de todos.
No podemos pretender que los niños sean autómatas, pero podemos ayudarlos a controlarse para no “explotar” porque sí. Debemos enseñarles a razonar, a argumentar, a distinguir lo bueno y lo malo, a decir la verdad, a ser honestos. Todos podemos colaborar para que nuestros hijos sean emocionalmente maduros.
La familia es la fábrica de las emociones. Tiene dos vías de trabajo fundamental: por una parte, el afecto y el entrenamiento del afecto; y, por otra parte, una educación afectiva, una educación amorosa. No existen emociones positivas o negativas, todas las emociones son necesarias.
Desde la familia debemos enseñar las emociones, siempre en el marco del amor. Si los niños se sienten amados podrán entender mejor todas las emociones.
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