La llegada de un hijo es sin dudas uno de los acontecimientos más importantes de la vida de las personas. Independientemente de si fue planeado o no; normalmente los padres hacen muchos preparativos para recibir al hijo con todo lo que pudiera necesitar en sus primeros días de vida. Nos referimos a todo lo material que pudiera necesitar; pañales, jaboncitos, biberones, ropitas, una cunita, etc. Lo que no se prepara es el amor que va a necesitar ese recién nacido; no existe un manual único y perfecto que pueda preparar a los padres para la llegada de un hijo.

Posteriormente, cuando el niño ha crecido, obviamente debe relacionarse con otros niños, en tal caso llega la edad escolar, y ahí entra en su vida otra persona, indispensable, que hará el papel de madre, la maestra. Actualmente, los niños acuden a las escuelas desde más temprana edad, y nos atrevemos a decir que es algo lamentable, porque cada vez pasan menos tiempo con la familia y más tiempo en la escuela.

Los maestros tienen que tener ese don especial para trabajar con niños pequeños, es todo un desafío tratar con estas personitas que están necesitando adaptación a su nuevo entorno, contención, un abrazo cálido, quizá una palabra de aliento, etc. Para lo cual el docente tampoco recibe una capacitación extra. Ese toque de amor no viene enlatado ni tampoco lo podemos adquirir en un instituto o la universidad, se adquiere con la experiencia, con dedicación, esmero y pasión por la profesión.

Educar con amor exige a los docentes ser desinteresados, dejar de lado las pequeñas prioridades y atender las de nuestros alumnos, velar por el bienestar de ellos por más mínimo que sea el requerimiento.

Finalmente, esa es la recompensa más grande y satisfactoria que tiene un docente, el ver a sus pequeños alumnos desarrollarse en las diferentes disciplinas, ver que están socializando con otros niños, otras familias; cada niño viene con un bagaje de conocimientos y sentimientos de su hogar y con ayuda de la maestra ponen eso a un lado y aprenden a convivir con sus pares.

El Señor dice en su Palabra:

“El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me envió”. Marcos 9:37, NVI online.

Este versículo nos da la pauta de que cualquier tarea que hagamos con y por los niños debemos hacerla con amor, no solo porque el Señor está observando, sino porque somos conscientes de que ese estudiante es un hijo de Dios y está en nuestras manos mostrar el carácter de amor a través de nuestra tarea docente.

La escritora cristiana Elena de White menciona lo siguiente:

“El amor, base de la creación y de la redención, es el fundamento de la verdadera educación. Esto se ve claramente en la ley que Dios ha dado como guía de la vida. El primero y gran mandamiento es: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente’. Amar al Ser infinito, omnisciente, con todas las fuerzas, la mente y el corazón, significa el desarrollo más elevado de todas las facultades. Significa que en todo el ser —cuerpo, mente y alma— ha de ser restaurada la imagen de Dios. Semejante al primer mandamiento, es el segundo: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. La ley de amor requiere la dedicación del cuerpo, la mente y el alma al servicio de Dios y de nuestros semejantes” (La educación, versión online).

En tal caso el prójimo son nuestros estudiantes. Ese pequeño que viene tal vez de un hogar lleno de lujos y comodidades, pero sin una pizca de amor y contención; o un niño que venga de un hogar humilde y con necesidades, pero lleno de amor y cuidados. Son varios casos que debemos tener en cuenta, varias necesidades que deben ser suplidas, pero nunca dejar de preguntarnos: ¿Qué haría Jesús?