Muchos de los padres desean asumir su papel y realizarlo de manera perfecta. La realidad es que los seres humanos no somos perfectos y, si uno no es perfecto, pues tampoco los niños lo serán.
Vivimos en una sociedad donde la vida acelerada es normal. Como padres, queremos que a nuestros hijos no les falte nada en ningún momento. Eso esta bien, siempre y cuando no lleguemos al punto donde el niño pierde contacto con la realidad y seguridad de sí mismo, ya que espera que los demás lo resuelvan todo.
El problema de la hiperpaternidad es la sobreprotección que los padres ejercen sobre sus hijos. Son los adultos quienes resuelven todos los problemas de los menores. Por ejemplo, hacen los trabajos manuales de la escuela cuando los hijos tienen la agenda repleta de actividades extraescolares, porque los padres quieren que sean los mejores en todo, en lugar de permitir que sus hijos tengan tiempo para ser niños. Los hiperpadres, en su afán de querer lo mejor para sus hijos, podrán criticar la labor de los maestros, de los entrenadores e incluso de los profesores de la universidad. Quieren que sus hijos sean los mejores, sin darles la oportunidad de tener responsabilidades en el hogar, sin enseñarles la importancia del servicio o la bondad. Algunos llegan al extremo de negar los posibles defectos de sus hijos, ya que solo ven sus virtudes y, en muchos casos, hasta sobrevaloran esas virtudes. Todo esto creará en el niño una sensación de incapacidad y miedo hacia el mundo externo. Así se conseguirá el efecto contrario al éxito, pues ese niño crecerá lleno de inseguridad y dependencia.
Para desarrollar una buena autoestima en la vida de nuestros hijos se necesita conocer cuáles son los defectos que se pueden mejorar y, sobre todo, sentir que los padres están a su lado para guiarle y orientarle. No deben percibir que es deber de los padres hacer todo, como si crearan una frágil burbuja de cristal a su alrededor. Lo más importante es aprender a relacionarse y quererse a pesar de que los adultos y los menores cometen errores y son imperfectos.
Como padres, nuestra mayor preocupación debería ser mantenernos más cerca de nuestro Padre celestial y pedirle que nos ayude a educar a nuestros hijos para que crezcan en sabiduría, estatura y gracia para con Dios y los hombres. Es decir, ser los guías de una educación integral biopsicosocioespiritual que promueve sobre todo su confianza y seguridad en Dios.
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