Una vez recibí un consejo sabio: “Nunca tomes una decisión cuando estás muy alegre, triste o enojada”. Las emociones que generan los sentimientos pueden afectar la forma de entendernos a nosotros mismos para tomar decisiones. No dudo que la persona que me dio el consejo me hablaba de la inteligencia emocional.
Daniel Goleman presenta el tema de la inteligencia emocional como un conjunto de habilidades que permiten expresar nuestras emociones de manera equilibrada. No hay que confundirla con el coeficiente intelectual. La inteligencia emocional -según Goleman- se divide en dos áreas:
Inteligencia emocional intrapersonal. La habilidad para formar una visión realista de uno mismo que permita la autoconciencia emocional, la autorregulación y la automotivación.
La inteligencia emocional interpersonal. La capacidad para comprender a los demás, desarrollando las habilidades sociales y la empatía.
La inteligencia emocional nos permite un despliegue de habilidades psicológicas que -junto con las habilidades intelectuales- nos ayudarán a tomar decisiones racionales en el diario vivir. Goleman menciona tres habilidades que contrastaremos con los consejos de la educadora y escritora Elena White:
Autocontrol o dominio de uno mismo
Según Goleman, los griegos la definían como la virtud consistente en el cuidado y la inteligencia en el gobierno de la propia vida; los romanos y la iglesia cristiana primitiva denominaban temperancia (templanza) a la capacidad de contener el exceso emocional. La preocupación por gobernarse a sí mismo y controlar impulsos y pasiones parece ir aparejada al desarrollo de la vida en comunidad, pues una emoción excesivamente intensa -o que se prolongue más allá de lo prudente- pone en riesgo la propia estabilidad y puede traer consecuencias nefastas.
“La mente tiene que ser educada por medio de pruebas diarias hasta lograr hábitos de fidelidad, hasta obtener un sentido de las exigencias de lo recto y del deber por sobre las inclinaciones y los placeres. Las mentes así educadas no vácilarán entre lo bueno y lo malo, como si fuera una caña mecida por el viento; pero tan pronto como el problema se presenta ante ellas, descubren de inmediato el principio que está involucrado, e instintivamente eligen lo correcto sin debatir largamente el asunto. Son leales porque han sido instruidos por medio de hábitos de fidelidad y de verdad.” (Mente, carácter y personalidad, t. 1, versión online).
El entusiasmo, la aptitud maestra para la vida
El entusiasmo y el optimismo son estímulos para el éxito, quien piensa que fracasará antes de iniciar un proyecto, de seguro que lo hará. White menciona que hay que desarrollar lo positivo. El carácter optimista y enérgico, sólido y fuerte que manifestó Cristo, tiene que desarrollarse en nosotros, mediante la misma disciplina que él soportó. Y a nosotros se nos ofrece la gracia que recibió él. (El Deseado de todas las gentes, cap. 7).
Asimismo, White aconseja que evitemos los pensamientos negativos. “Puesto que no nos pertenecemos, pues hemos sido comprados por precio, es deber de quien profesa ser cristiano poner sus pensamientos bajo el dominio de la razón y obligarse a sí mismo a ser alegre y feliz. Por amarga que sea la causa de su pena, debe cultivar una actitud de tranquilidad y quietud en Dios. ¡Qué preciosa y sanadora es la influencia de la tranquilidad que hay en Cristo Jesús, de su paz, y cuán sedante es para el alma oprimida! Por oscuras que sean las perspectivas, albergue una actitud de esperanza para bien.» Mente, carácter y personalidad, t. 2, versión online).
La empatía, ponerse en la piel de los demás
La empatía es la capacidad afectiva de sentir una realidad ajena con el objeto de evocar idénticas sensaciones que permiten mostrar compasión. Esta habilidad social permite al individuo relacionarse positivamente con su entorno y «ponerse en los zapatos» del prójimo.
White menciona que “hay que tener cuidado al tratar con la gente. Si llegaran a entrar en el ministerio quienes […] son descuidados y bruscos al tratar con las personas, manifestarían los mismos defectos de carácter, la misma falta de tacto y habilidad al tratar con las mentes. (Mente, carácter y personalidad, t. 2, versión online).
Como docentes, tenemos la tarea de invertir tiempo en desarrollar la inteligencia emocional tanto como el desarrollo del coeficiente intelectual de nuestros alumnos, para lograr personas más seguras, felices y con mejores probabilidades de alcanzar el éxito en la vida, personas que se entiendan mejor a sí mismas y a los demás.
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