La falta de apetito de los niños es uno de los principales dolores de cabeza de los padres, aunque realmente menos del 5% de los niños presenta una real dificultad en este aspecto.

Por Romina Barreiro

A partir de los 5 años, los niños ya son capaces de interpretar sus señales internas de hambre y saciedad. Pero todavía tienen dificultades para ajustarse a los horarios en los que “debe comer”. Es parte de la educación de los padres establecer esos horarios y respetarlos.

La neofobia es el rechazo inicial a todos los alimentos nuevos o desconocidos. Es más común en las etapas de transición alimentaria, destacándose dos períodos críticos, el primer año de edad, y los tres años de edad. En este caso, se recomienda presentar el mismo alimento entre 6 a 35 veces para su aceptación. Lamentablemente, casi el 90% de los padres desisten después del décimo intento de ofrecer el mismo alimento a sus hijos.

El desarrollo del niño es importante, ya que comienza a tomar el control de sí mismo y desarrolla una mejor conciencia del ambiente que lo rodea. Es normal que comience a preferir algunos alimentos y a rechazar otros. Es aquí donde la observación e imitación destacan. La mesa familiar se convierte en la mayor oportunidad de los padres para formar buenos hábitos alimentarios. La clave es fomentar, pero no obligar. Cuando los padres asumen el control total de qué y cuánto come el niño, sin permitirles respetar sus señales internas de hambre o saciedad, la habilidad del niño para regular la porción en respuesta a sus necesidades disminuye.

Algunos padres, por miedo a que sus hijos se desnutran, suelen caer en el “menú a la carta”, permitiendo que los niños coman únicamente los alimentos que les gustan. Así estarán generando una alimentación monótona y probablemente pobre en nutrientes. Otra estrategia equivocada para que el niño coma es la distracción. La hora de las comidas no debería ocuparse simultáneamente para ver la TV, el celular, etc. Con este hábito perjudicamos la habilidad del niño para regular su apetito. Suele pasar también que el niño llega a la mesa sin hambre, debido al picoteo previo. Por lo que es importante evitar esto, respetando los horarios de las cuatro comidas que los niños deben hacer.

Qué hacer si mi hijo no quiere comer

Tener paciencia, controlar las expectativas irreales de cuánto se supone que el niño debe comer, crear un ambiente agradable en la mesa familiar y practicar la división de responsabilidades entre padres e hijos. Esto es, los padres son responsables de ofrecer una variedad de alimentos saludables al niño, y de decidir de qué manera esos alimentos son presentados. Los niños, por su parte, son responsables por cómo y cuánto comen de esos alimentos. Se les debe enseñar, a través del respeto, a obedecer sus señales internas para comer o dejar de hacerlo, sin presiones externas.

“Los padres han de vivir más para sus hijos y menos para la sociedad. Estudiad los asuntos relacionados con la salud, y practicad vuestros conocimientos […]. Aunque no veáis en vuestros hijos adelantos tan rápidos como desearíais, no os desalentéis; antes bien proseguid vuestro trabajo con paciencia y perseverancia”. (Elena de White, Consejos sobre el régimen alimenticio, versión online).