
“Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero, ¿qué es esto para tanta gente?” (Juan 6:9, NVI online)
Vivimos cada día más aislados de los sentimientos ajenos, más propensos a mirar solo nuestro interior, nuestras necesidades, nuestras metas, nuestras propias emociones. Publicamos estados en nuestras redes sociales sin reflexionar antes cómo influirán en los demás, qué consecuencias tendrán nuestras palabras o imágenes en otras personas. No solemos interesarnos por el bienestar de quienes nos rodean. Tenemos excusas semejantes a: “No tengo tiempo”, “No puedo ayudar a todos” o “Yo también necesito ayuda”.
Lo cierto es que no miramos ni arriba, ni abajo, ni a los costados… Solo nos miramos a nosotros mismos. Esto empeora a medida que crecemos, especialmente en los más jóvenes, cuyas vidas sociales transcurren a través de las pantallas. Por eso, es fundamental rescatar el valor de la empatía. No solo debemos ser simpáticos en nuestras relaciones, sino ir más allá y lograr identificarnos, ser empáticos, con los sentimientos de otros.
Algunos consejos para que, como docente, puedas colaborar en el desarrollo de la empatía de tus estudiantes:
- Enseña que cada persona es importante, única y especial. No somos el centro del universo, el mundo no gira a nuestro alrededor, somos uno más en medio de millones de personas.
- Enseña a escuchar, a practicar la escucha activa, donde nada nos distrae, en la cual no interrumpimos, a través de la cual somos conscientes de lo que le sucede al otro.
- Enseña a expresar emociones. Está bien si no entendemos totalmente lo que le ocurre al otro, quizá no lo hemos vivido, pero sí podemos sentarnos a su lado y esperar que el otro sepa que estamos ahí.
- Enseña a preguntar. Además de escuchar, es fundamental hacer preguntas que demuestren nuestra atención, nuestra solicitud a ayudar, nuestra preocupación.
- Enseña a mirar a otros. Mirarlos para ver cómo están, estar atentos a sus lágrimas, a sus gestos, a sus miradas.
- Enseña a practicar el amor de Jesús. Él realmente se preocupaba por las personas, por sus necesidades y entonces, ayudaba, daba su tiempo, sus recursos, hacía lo que podía. Ser empáticos implica ayudar.
- Enseña a esperar en Dios. Además de la empatía, también es bueno recordar que no se trata de resolver la situación del otro, sino ayudarlo a atravesarla. En definitiva, quien toma las decisiones es el otro. Nuestra ayuda y empatía serán limitadas; pero si confiamos en Dios, no hay límites ni situaciones imposibles para él.
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