
“Alégrate, joven, en tu juventud; deja que tu corazón disfrute de la adolescencia. Sigue los impulsos de tu corazón y responde al estímulo de tus ojos, pero toma en cuenta que Dios te juzgará por todo esto.” Eclesiastés 11:9, NVI.
Como hemos mencionado en artículos anteriores, durante la adolescencia el cerebro aún no ha terminado de madurar. La parte frontal es la última en hacerlo, por lo que las crisis propias de la adolescencia deben enfrentarse con un cerebro inmaduro, en medio de cambios hormonales evidentes.
En esta etapa, la persona experimenta:
- emociones que le superan
- confusión
- actúa de manera caótica
- reacciones agresivas
- no es capaz de responder de manera tranquila a las situaciones que se le presentan
- se aísla de su entorno
Además, en el transcurso de estos años, la mente tiene cuatro áreas que intenta resolver y esto genera temores:
- Identidad. Descubrir quién soy, qué gustos prevalecen de la infancia y cuáles no, la capacidad de entenderse a uno mismo, de lograr una personalidad capaz de ser única y, a la vez, capaz de encajar en los grupos de pares. La identidad se encuentra en desarrollo constante y, es un gran miedo no saber autodefinirse. Por eso, es fundamental el acompañamiento cercano de la familia y los docentes, porque sus palabras, aunque no parezcan ser escuchadas siempre, podrán marcar una diferencia. Es importante aprender a decir lo que pensamos sin herir ni causar sentimientos desagradables en el adolescente.
- Afecto. Ser objetos del cariño y amor de otros es una necesidad básica del ser humano y en la etapa adolescente se incrementa. El ser aceptado tal como eres, el ser recibido de buena manera, el poder mostrar cariño y ser receptor de amor es un miedo muy grande durante la adolescencia. ¿Hasta dónde puedo mostrar mis emociones? ¿Estará bien si muestro mi cariño de esta manera? ¿Entenderá la otra persona lo que siento? ¿Seré rechazado? Estas son algunas de las preguntas que pueden surgir en la mente de los adolescentes constantemente, no solo en relación con la familia sino, mucho más, con los pares.
- Independencia. Tomar decisiones propias, mostrar que ya no soy un niño, que puedo elegir mi vestimenta, pasatiempos, actividades, etc. Si bien es cierto que son áreas donde sería bueno que sean independientes, esto también genera miedo. ¿A qué? A equivocarse, a no elegir bien. Y, a la vez, esto se agrava cuando sus decisiones son contrarias a las de su familia, porque deberán enfrentar ese diálogo pensando que quizá no sea correcto lo que quieren y, por otro lado, el miedo a no poder ser independientes de manera total.
- Relaciones sociales. Ser aceptados, formar parte de un grupo, tener amigos sinceros, no estar solos. Este es un temor frecuente en la adolescencia que se ha incrementado luego de la pandemia, debido a que muchas de las habilidades de comunicación e interacción se vieron afectadas. Muchos adolescentes solamente se comunican por medios digitales. Por eso se agrava el miedo a quedarse solos, necesitan ser parte de un grupo, aunque sea pequeño, pero la pertenencia es una de sus necesidades básicas, que la familia no puede llenar.
Estos son solamente algunos ejemplos de los miedos propios de los adolescentes, pero no debemos olvidar que, así como los adultos transitaron esa etapa, ellos también pueden hacerlo y, más aún si se aferran a Dios y mantienen una relación con él. Por otro lado, no puede medirse el impacto que genera un docente, una familia empática, que comprende la etapa que viven sus hijos/alumnos.
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