Ser buenos padres es ser buenos esposos
“[…] cada uno de ustedes ame también a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete a su esposo” (Efesios 5:33, RVR 1960 online).

La manera como tratamos a nuestra pareja tiene un impacto duradero sobre nuestros hijos. Ellos, desde muy temprana edad, observan todo lo que hacemos. Por eso la manera más efectiva de educar niños sanos, felices y con capacidad de adaptación, no es ocupándonos de ser el mejor padre o madre del mundo, sino en ser el mejor esposo o esposa.

La complementariedad entre el varón y la mujer es una de las mayores riquezas dentro de la familia. La interacción de ambos en la dinámica familiar aporta la mejor educación para los hijos. Los padres que consistentemente colocan a sus hijos antes que a su cónyuge, tienen que reevaluar sus prioridades.

Por supuesto que debemos trabajar para ser los mejores padres que seamos capaces de ser. Tenemos que invertir en nuestros hijos tiempo y energía, amor y paciencia.

Reflexiona en estas preguntas que podrían hacerse nuestros hijos, si como padres invertimos solo en nuestros hijos y descuidamos nuestro matrimonio, inevitablemente nuestros hijos reconocerán nuestra dualidad.

  • ¿Por qué papá me habla con tanta amabilidad, pero todo el tiempo le habla mal a mamá?
  • ¿Por qué mami tiene tanta paciencia para mí, pero parece que no le importa nada de papá cuando él regresa a casa luego de un largo día de trabajo?
  • ¿Por qué papá sólo me sonríe y me dice cosas agradables a mí?
  • ¿Por qué mamá me prepara a mí la cena, pero no le prepara nada a papá?

Cuando un hijo siente esta dualidad, en un primer momento se siente confundido y eventualmente termina perdiendo el respeto y la seguridad. En síntesis, trabajar para ser el mejor esposo o esposa que puedas es la manera más efectiva de ser padres buenos y responsables.

Por lo general, la relación con los hijos pasa a través de la relación con la madre. Por lo tanto, no se puede tener una buena relación con los hijos, si la relación con la madre no es buena. La conclusión entonces parece clara: si quieres ser un buen padre, sé un gran esposo. Si quieres ser una buena madre, sé una gran compañera para tu esposo. Sean prioridad en la vida del otro.