«Si alguno de ustedes es sabio y entendido, demuéstrelo haciendo el bien y portándose con humildad» (Santiago 3:13, Traducción en Lenguaje Actual, TLA)
Aprender y desaprender se ha convertido en una norma de vida, pues el dinamismo de la existencia no se detiene. Los aprendizajes obtenidos en este trance que la humanidad ha tenido que enfrentar, un virus que muta como la vida misma, nos invita a replantearnos el cómo ser y hacer desde esta nueva realidad, en este caso desde el área educativa.
La educación y todo lo que ello significa permitió visibilizar la necesidad de contar con más y mejores herramientas tecnológicas en los centros educativos. Pero no alcanza con tener estas herramientas, también hay que aprender a utilizarlas. Por eso, fue necesario potenciar la formación docente para lograr un uso didáctico de la tecnología, frente a una generación que ha nacido en la era de la información y la tecnología. El sistema educativo tuvo que invertir en tecnología y capacitar a los docentes en el uso de las TICs. Las clases virtuales pasaron a ser la regla, no la excepción.
El sistema educativo está atravesando una transición pedagógica desde lo tradicional a acciones metodológicas activas e innovadoras. La nueva forma de educar busca «garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos», como expresa uno de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) relacionados con la educación. Para lograr estas iniciativas, la toma de decisiones es fundamental. En este sentido, el docente debería realizar una introspección de sus prácticas pedagógicas y una reflexión que le permita generar estos cambios.
Ahora ingresamos a un espacio más delicado, que tiene que ver con la postura individual de la persona responsable de facilitar la educación a otros. Obviamente, hay parámetros y normas que los docentes deben cumplir respecto a la entrega de contenidos exigidos por la autoridad gubernamental y que se exige en el currículo. Sin embargo, inevitablemente tras la obligatoriedad que se tiene de cumplir con lo exigido, se cruza la orientación vocacional y de excelencia académica que este docente procure. Por este hecho, es que el saber ser y saber hacer requiere de una reflexión profunda de diálogo interior respecto de su quehacer pedagógico y como ser humano ético y sensible a las necesidades de sus educandos, optimizando su gestión educativa para el logro de mejores aprendizajes, potenciando todas las facultades e inteligencias de los estudiantes y desarrollando al máximo sus capacidades.
Para concluir esta breve reflexión, te invito como docente a reflexionar profundamente en tus prácticas pedagógicas para potenciar lo bueno y desechar aquello que ya no colabora con esta nueva forma de educar. Más aún, siendo docentes cristianos, debemos ser y hacer; creer y servir a Dios y a la humanidad.
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