“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del sol tiene su hora” Eclesiastés 3:1
El tiempo es un agente poderoso, que si es bien administrado, proporciona grandes satisfacciones. Todo tiene su tiempo. “Profesor, está llegando la hora…” Seguramente muchas veces alguien se te acercó invitándote a mirar el reloj, quizás para terminar la clase, tal vez los niños para salir a recreo, tú mismo para completar los libros, para cerrar actas, para ir a reunión, para enviar un informe, para concluir tu investigación, para atender a padres y/o apoderados, para resolver un conflicto y el listado podría continuar, sin embargo, ¿has meditado en esta frase que parece ser simple y hasta insignificante?
“Profesor, está llegando la hora” probablemente para encontrarse con uno mismo, para quererse y valorarse, para ser generosos con nuestros conocimientos y para amar lo que hacemos, para reflexionar respecto a nuestra práctica docente y motivación al desarrollar las clases, al escuchar activamente a tus estudiantes, padres/tutores, compañeros de trabajo y a otros seres humanos que Dios cruce en tu camino.
“Profesor, está llegando la hora” se fue un año más, cargado de experiencias, de dulce y agraz, de aprendizajes y de vida, está llegando la hora de realizar un balance respecto de los desafíos que debemos enfrentar, y con todo esto una nueva oportunidad, de avanzar, de crecer, de ser mejores personas, mejores profesionales y, sobre todo, mejores hijos de Dios.
No se toma el tiempo como categoría absoluta que lo absorbe todo. Para cada uno de nosotros su significado es particular, como también es peculiar para cada proceso, en cada uno tiene su desarrollo singular. La hora del reloj es única, pero es un tiempo diferente para quienes gozan y para quienes sufren. Un año más no es lo mismo para quienes pasarán de los 5 a los 6 años de edad que para quienes lo hagan de los 16 a los 17 años. No es lo mismo el tiempo de aprender que de enseñar, como no es una hora de clases de matemática y otra de educación física. (José Gimeno Sacristán, 2008).
“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 2).
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