Maestros
“Los maestros deben hacer por sus alumnos algo más que impartir conocimiento de los libros. Su posición como guías e instructores de los jóvenes es de la mayor responsabilidad, porque les ha sido confiada la obra de amoldar la mente y el carácter. Los que emprenden esta obra deben poseer un carácter bien equilibrado y simétrico” (Consejos para los maestros, versión online, énfasis agregado).

Según el diccionario, maestra significa “persona que enseña”, “persona que ha estudiado magisterio y se encarga de enseñar a los alumnos y alumnas”, etc. Pero me ha gustado mucho la definición que se da a la palabra “maestra” en arquitectura: “Pieza larga de madera o fila de piedras que se coloca verticalmente y sirve de guía para construir una pared o un pavimento” (énfasis agregado). Cuán importante es nuestra tarea como maestros, docentes o educadores en general, dependiendo del lugar en el que nos desempeñemos. Cabe destacar que muchas personas que siguieron la carrera del magisterio, con título en mano, se dedican a otras actividades.

Construyendo vidas

Pensemos nuevamente en que un maestro “sirve de guía para construir”; ¿construir qué?,  una casa, un edificio, diseñar un barrio o una ciudad. ¡No! Es más importante que eso, un maestro es el arquitecto de una vida, de muchas vidas. A lo largo de nuestra carrera tenemos la gran responsabilidad de “guiar” a los alumnos por el camino correcto para que ellos encuentren y sepan utilizar las herramientas que se presenten en el camino. “Guiar”, es mostrar, hacer entender, orientar para que puedan por ellos mismos encontrar la respuesta o solución a un problema.

Es realmente importante la tarea que realizamos día a día, y no solo dentro de un salón, fuera de él seguimos siendo “maestros”. Nuestras actitudes, pasatiempos, actividades y gustos son observados por los alumnos, la familia, la comunidad educativa en general. Es así que somos maestros dentro y fuera de la escuela, colegio o universidad. Y por más pequeña que sea la influencia ejercida, los alumnos recordarán nuestras palabras, nuestros gestos, quizá un abrazo en el momento oportuno, y también aquellas vergonzosas llamadas de atención. Y todo lo que hicimos para construir esa vida confiada en nuestras manos, sirve para motivarnos día a día.

La docencia, como toda vocación, puede tener momentos ingratos. Sin embargo, al ver tan solo a un estudiante que alcanza sus metas y se convierte en un hombre o mujer de bien, el maestro renueva su vocación y encuentra el verdadero sentido y valor de sus esfuerzos.