¿Cómo nos entenderán mejor nuestros hijos? ¿Será que los gritos aportan para la comprensión de lo que queremos indicar a los niños? A continuación encontrarás información útil para despejar algunas dudas.

El cerebro del niño no aprende cuando le gritan ¡Se bloquea! La amígdala cerebral se activa de manera súbita; ya que esta área se encarga de detectar una amenaza del entorno y dispara mecanismos de alerta necesarios para la protección. Los gritos hacen que se libere cortisol, que es la hormona del estrés. Se genera una sensación de angustia y tensión. Además, existe una reducción considerable del cuerpo calloso, haciendo que los dos hemisferios se desconecten. Al recibir menos flujo sanguíneo, se afecta el equilibrio emocional y la capacidad de atención.

Los niños que reciben gritos como medida de disciplina habitual aprenden patrones de acción desadaptativos y disfuncionales. Incluso podrían desarrollar un patrón de conductas agresivas o, por el contrario, una timidez extrema, miedo y sometimiento. En cualquiera de los casos, son conductas que van a repercutir de modo negativo en sus interacciones racionales, tanto en la infancia como en la vida adulta.

Los gritos dejan huella, más aún si los gritos se utilizan como herramienta habitual en la dinámica de la comunicación con los hijos. Los padres o adultos que gritan están criando personas inseguras, sin criterio propio y sin capacidad de defenderse. Los niños que han sido sometidos a la violencia verbal desarrollan problemas conductuales, de rendimiento académico, peleas con compañeros de clase, mentiras a los padres y síntomas de depresión y tristeza. Todo esto repercute indefectiblemente en la autovaloración y autoestima del niño.

Pero lo más peligroso, queridos padres, es que el niño interiorice y aprenda que el grito es una forma aceptable de comunicación, quedando expuesto a tolerar este tipo de interacción por parte de cualquier persona y a emplearla él o ella misma en edades posteriores en todas sus áreas de interacción social.

Cuando estés ante una situación difícil con tus hijos, recuerda evitar gritar, porque significa perder el control. Procura mantener la calma antes de actuar o hablar; y si debes realizar una fuerte llamada de atención, no te culpes, pero no te excedas… Respira y vuelve a intentarlo. Dios está dispuesto a llenarnos de mucha sabiduría verbal y abundante amor, compresión y paciencia entre padres e hijos.