La influencia del sistema educativo formal es enorme. Una persona dedicará buena parte de su tiempo como niño, adolescente, joven y adulto a frecuentar los ambientes académicos de nivel inicial, primario, secundario y superior o universitario. Durante todos esos años, la figura del docente es fundamental, pues es quien impartirá la información curricular y al mismo tiempo los conocimientos extracurriculares que influirán en la vida de sus alumnos.

La labor del docente trasciende por mucho el espacio de las aulas. Existen docentes que son excelentes profesionales impartiendo el conocimiento académico, pero si no va acompañado de un ejemplo de conducta y vida, sus alumnos detectarán la incoherencia entre conocimiento académico y moral. Su influencia positiva, por lo tanto, puede verse disminuida por su estilo de vida y, en algunos casos, el saldo será negativo para sus alumnos.

Una gran educadora cristiana, Elena G. de White, menciona que los hábitos y principios de un maestro deben considerarse como de mayor importancia que su preparación literaria. Si es un cristiano sincero, sentirá la necesidad de interesarse por igual en la educación física, mental, moral y espiritual de sus alumnos. A fin de ejercer la debida influencia, ha de tener perfecto dominio de sí mismo y su propio corazón tiene que estar lleno de amor por sus alumnos, cosa que se revelará en su mirada, sus palabras y actos.

La educación adventista suma entonces un distintivo adicional, convirtiéndose en un proceso de realización de valores más que simplemente una transmisión de conocimientos. Esos valores ayudarán a los alumnos a mirar, interpretar y reaccionar frente a la vida presente y los prepararán para la vida venidera.

«La verdadera educación preparará a los niños y los jóvenes para la vida presente y la venidera, para una herencia en la patria mejor, es decir, la celestial”. (Elena G. White, La educación cristiana. p. 41).

Por lo tanto, el docente no es simplemente un contenedor de conocimientos, sino que debe asumir su papel como líder que trasciende, como el referente que sus alumnos tienen cotidianamente para identificarse o diferenciarse.

Maestros, ¡qué oportunidades tenéis! ¡Qué privilegio está a vuestro alcance al moldear la mente y el carácter de los jóvenes que están a vuestro cargo! ¡Qué gozo será para vosotros encontrarlos en derredor del gran trono blanco, y saber que habéis hecho lo que podíais para prepararlos para la inmortalidad! Si vuestra obra resiste la prueba del gran día, como la música más dulce en vuestros oídos sonará la bendición del Maestro: “Bien, buen siervo y fiel;… entra en el gozo de tu señor”. Mateo 25:21. (Elena G. White. La educación. p. 43)

Con la consigna de enseñar más allá del aula, viene la pregunta de la que conversaremos en el siguiente post: ¿Cómo quieres que te recuerden tus alumnos? ¿Qué clase de líder verán en ti cuando ya no estés a su lado?