La palabra dislexia aparece a menudo en el vocabulario de docentes, padres y profesionales; pero a veces es mal usada o no se comprende totalmente lo que involucra este concepto.

Solemos confundir la dislexia con un trastorno que afecta la inteligencia o que se relaciona solamente con la lectoescritura. Si bien afecta el proceso de lectoescritura, es mucho más que eso. Se trata de una percepción distorsionada del espacio. Los afectados confunden derecha e izquierda, no suelen poder seguir instrucciones para ir a una dirección específica de la ciudad, suelen ser desordenados, pueden comenzar a escribir desde la última hoja del cuaderno y luego continuar por el medio o incluso pueden tener dificultades para vestirse a temprana edad. No solamente invierten las letras y los números al leer o escribir. Su percepción del espacio está distorsionada, pero su inteligencia está intacta, por lo que muchos niños compensan con su inteligencia esas falencias.

Las estrategias didácticas deben ser flexibles y estar dirigidas a alcanzar el logro de los objetivos que nos hemos propuesto. En este caso, se espera que el docente ayude al estudiante a alcanzar los conocimientos esperados y que la transición escolar sea lo menos traumática posible.

  • Realizar evaluaciones orales. Si no se comprende lo que escribe, es mejor tomar evaluaciones orales u otra forma de evaluación. No alcanza con solo darle menos preguntas; la evaluación debe plantearse integralmente de forma diferente. Puede usar más imágenes, no porque no entienda o no conozca el contenido. Es muy probable que entienda todo lo que se habló pero no lo pueda expresar de forma escrita, porque le costará hacerse entender.

  • Permitir que saque fotos de la pizarra o que use una computadora. Debemos entender que el disléxico no toma notas por mala voluntad, sino porque no puede. Por supuesto, hay que tener en cuenta el grado de dislexia del estudiante. Si su dislexia no es tan profunda, entonces puede animarle a escribir con la mano, pero no exigirle que lo haga al mismo ritmo que el resto.

  • Intruduccion a la lectoescritura de forma práctica. Es mejor que dibuje con su cuerpo la letra o de otra manera antes de que lo haga en el papel. Es bueno introducir al estudiante a la lectoescritura pero de una manera desestructurada.

  • Marcarle dónde debe hacer las tareas. Es muy probable que se pierda en el espacio de la hoja. Es bueno indicarle en dónde debe escribir o hacer las tareas.

  • Ser flexibles. Observar el nivel de dificultad y ser flexibles para ceder en lo que sea necesario y no dificultar el aprendizaje. Esto no quiere decir que bajemos el nivel, ya que los disléxicos tienen capacidad y pueden aprender sin problemas. Podemos ser flexibles en la ortografía o la prolijidad o en el tiempo de entrega de tareas. Tal vez se deba encontrar otros recursos para evaluar cómo avanza con los contenidos.

  • No marcar sus errores en público. Señalar errores frente a los compañeros nunca es bueno. No deberíamos exponer al disléxico a situaciones en las que sabemos que puede fracasar; por ejemplo, leer en público. Esto solo le da mayor inseguridad. Es mejor resaltar lo positivo para que no crezca pensando que no es capaz.

  • Enseñanza basada en métodos multisensoriales. El docente debe desplegar su capacidad creativa, apelando a experiencias de aprendizaje sensorial, mediante el tacto, el oído, el movimiento, la vista y el color como canales del aprendizaje.

Por sobre todo, debe primar el amor y la comprensión, y entender que si lo que se quiere es que aprenda, no importa cómo lo haga, mientras que esté aprendiendo. No encerrarse en los conceptos convencionales, como por ejemplo «la tarea se hace sí o sí». Es responsabilidad del docente ayudar a los estudiantes con distintos grados de dislexia y ser creativo para encontrar diferentes y mejores recursos de expresión y desempeño.