“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6, RVR 1960 online).
Desde que comenzamos a respirar, los aprendizajes han formado parte de nuestra existencia, incluso hoy se habla de lo necesario que es desaprender para lograr nuevos aprendizajes. Esto naturalmente involucra una serie de experiencias y acciones que nos invitan a la reflexión, al cuestionamiento y al análisis de nuestros conocimientos, habilidades y prácticas para llegar “idealmente” a una correcta toma de decisiones que nos aproximará a algún cambio. De hecho, nos movemos en un mundo que es dinámico y no podemos paralizarnos esperando que otros decidan o piensen por nosotros. Por ello, es importante considerar la experiencia como un aspecto clave para la transición de conductas y desde luego entender el rol que juega en el ser humano, su contexto y su disposición al cambio; esto contribuirá en una mayor comprensión de nuestra reflexión.
Como ejemplo, comenzaremos por describir a los primeros seres humanos que habitaron la Tierra. Elena de White nos menciona que “cuando Adán salió de las manos del Creador, llevaba en su naturaleza física, mental y espiritual, la semejanza de su Hacedor” (La educación, versión online); es decir, fue creado a imagen y semejanza de Dios, perfecto. Otro aspecto relevante, es que “Adán y Eva recibieron conocimiento comunicándose directamente con Dios, y aprendieron de él por medio de sus obras” (La educación, versión online). Claramente, nuestros antepasados fueron creados para una vida en plenitud, aprendiendo directamente del gran Maestro, a través de lo observado y de su experiencia con él, el gran Arquitecto de la Creación. El contexto era evidente, tenían un espacio maravilloso para lograr valiosos aprendizajes, tenían acceso a la investigación de mayor exactitud que alguien pudiese imaginar o desear; podían crecer armoniosamente, tenerlo todo, sin embargo, su discernimiento, su libre albedrío para la toma de decisiones, los llevó a “desobedecer”. ¿Qué lo provocó? Ya conocemos la historia. Los conceptos que Adán y Eva tenían respecto de lo que les rodeaba y las consecuencias de sus decisiones, estaban muy claros, pero todo cambió en un momento —como todo puede cambiar para ti o para mí—. La serpiente antigua, que aparece en la Biblia, sedujo a Eva en un diálogo suspicaz (nueva experiencia), lo que la llevó a tomar una decisión errónea y que ha afectado hasta los días de hoy la historia de nuestro viejo mundo.
En síntesis, podríamos mencionar diversas historias para ejemplificar cómo nuestros conceptos sobre las cosas se van afectando por la visión desde donde partimos, “la experiencia” (“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” Proverbios 4:23, RVR 1960 online). Por ello, las palabras del sabio Salomón aun hacen eco en el siglo que vivimos: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6, RVR 1960 online). Allí se observa la experiencia, en el contexto en el cual se mueve el ser humano y desde donde genera pensamiento y toma de decisiones. Como docentes, tenemos la gran responsabilidad de contribuir en el proceso de aprendizaje de nuestros estudiantes. Jóvenes y señoritas pasarán por nuestras cátedras, sumando a sus propias experiencias los días de estudio, aprendizajes, reflexiones y conocimiento en el cual hemos de influir positivamente para el desarrollo de todas sus facultades y para que, en definitiva, estén mejor preparados para una sabia toma de decisiones. El cambio no es algo automático, es más bien lento y silencioso, y en la medida que lo hagamos consciente, que generemos mayor comunicación y diálogo con nuestros estudiantes, facilitando espacios de crecimiento, reflexión y análisis, donde ellos sean los protagonistas de sus propias decisiones, estaremos colaborando en la aproximación a un cambio transformador para su salvación.