«El amor, base de la creación y de la redención, es el fundamento de la verdadera educación» La educación, pág 15.
Educar es un acto de amor, de generosidad, donde se facilitan instancias idealmente óptimas para el aprendizaje, y a través del cual se generan vínculos de afecto, respeto, empatía y responsabilidad, entre otros.
La educación adventista, para la formación y la manutención de ambientes escolares idóneos, establece algunos principios orientadores básicos derivados de la Biblia y que tienen como objetivo optimizar y abordar una educación que aspira a ser integral. Uno de ellos es el principio del amor, el cual es fundamental y es concebido como redentor, lo que implica el establecimiento de relaciones interpersonales profesor/alumno que sean gratificantes y placenteras, y la creación de un clima organizacional y un ambiente escolar marcados por el aprecio, la aceptación y la confianza.
El educador Paulo Freire, en su libro Pedagogía de la autonomía, menciona que una de las exigencias que debe tener un docente es “querer bien a los estudiantes”.
Las declaraciones anteriores corroboran que el ambiente escolar es un elemento crucial en el desarrollo de la enseñanza-aprendizaje. Pero esto no sería posible sin la intervención de un profesor comprometido, que asuma la responsabilidad de generar las instancias educativas, facilitar los espacios de aprendizaje y tomar aquellas decisiones que sean pertinentes al momento de educar. Por ejemplo, podemos mencionar que, para establecer ambientes escolares que propicien los aprendizajes, una de las consideraciones a tener es conocer el contexto en que se desenvuelven los estudiantes, las problemáticas sociales a las que se enfrentan, como también aquellas temáticas atingentes a las realidades de cada localidad, región o país; con el objetivo de diseñar clases que sean un aporte a la sociedad, que cumplan con ser significativas y que logren los aprendizajes esperados, disponiendo de condiciones apropiadas que favorezcan el desarrollo espiritual, intelectual, social y físico de los estudiantes. Todo lo anteriormente declarado debería tributar a la comprensión de la voluntad de Dios en la vida de los estudiantes.
Para finalizar, nos es necesario señalar que existe otro pilar fundamental en estos procesos que se dan en un ambiente escolar apropiado: el ejemplo del profesor. Y es que el docente, frente a tan variadas demandas educativas, considerando los tiempos en que debe educar, debe saber vivir lo que enseña, ya que esto dará valor y fuerza a los conceptos que se pretenden entregar a los estudiantes y que corresponden a un vivir con Cristo. Por ello, se requiere que exista coherencia entre los discursos que se entregan en el aula o desde la institución y los ejemplos individuales de los que allí trabajan. Referente a esto, la Palabra de Dios es certera: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” 1 Corintios 10:12. Solamente en Cristo podremos lograr ambientes escolares propicios, positivos, que provoquen un alto desempeño en el proceso enseñanza-aprendizaje, promoviendo el compromiso de trabajo y motivando a los estudiantes a la excelencia. Por eso, junto con el apóstol Pablo, podemos decir: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. Filipenses 4:13.
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