“Y todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño; porque en el sepulcro, adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría”. (Eclesiastés 9:10, Nueva Versión Internacional [NVI] online)
Uno de los objetivos de vida de una persona es obtener un buen trabajo, uno que le permita cubrir sus gastos básicos y tener lo necesario. Nos pasamos gran parte de nuestra vida trabajando para generar un ingreso monetario. El trabajo es un gran placer, nos mantiene ocupados, activos y nos permite adquirir bienes materiales mediante el salario percibido.
Pero, ¿qué pasa cuando ya no tenemos edad para ciertas actividades laborales? De la mano del trabajo o de una carrera laboral viene la anhelada jubilación.
Tal vez, algunos no tengan la oportunidad de pagar un aporte jubilatorio, para luego seguir percibiendo algo de lo aportado a lo largo de su retiro; sin embargo, ese no es motivo para no crear una fuente de ingreso que le permita en algún momento llegar a jubilarse.
La jubilación es un acto administrativo que permite al trabajador pasar a una situación de cese o pasividad de las actividades laborales que venía realizando, puede ser por cuenta propia, por haber llegado a la edad requerida o en algunos casos especiales por enfermedad grave u otra afección.
La palabra jubilación, etimológicamente hablando, proviene del latín “iubilare”, que quiere decir expresar alegría. Otros mencionan que significa “júbilo”.
Pero en este caso no quisiera referirme específicamente a lo monetario, sino al cese de actividades. Dependiendo de qué trabajo desempeñen, muchos están pensando: “Cuando me jubile haré esto”, “cuando me jubile iré a tal lugar”, “cuando me jubile…”. Lo que me lleva a la pregunta: ¿Por qué esperar la jubilación? Es sabido que la jubilación se da cuando la persona ya ha alcanzado cierta edad; y muchas veces la salud integral ya no nos permite realizar esas actividades que hemos pospuesto pensando que, al llegar el momento, estaríamos en óptimas condiciones para realizarlas.
En primer lugar, no dejar todo lo que deseamos hacer para cuando llegue la jubilación, planificar y realizar las actividades ahora, para que podamos aprovechar la vida al máximo, que no todo sea trabajo y solo trabajo.
Jubilarse y dejar completamente las responsabilidades laborales no siempre es placentero. Hay personas que disfrutan mucho su trabajo y cuando lo dejan no saben qué hacer con el tiempo libre y caen en el aburrimiento e incluso se deprimen.
En segundo lugar, se debe idear un plan para la jubilación, de acuerdo a sus gustos. Puede ser planear un viaje, quizá dedicarse al jardín o la huerta, armar un pequeño taller de manualidades, o emprender pasatiempos que nos mantengan activos y nos hagan sentir útiles.
Llegar a la tercera edad no debe ser motivo para no emprender nuevos objetivos.
En tercer lugar: darse tiempo, la persona que se jubila, para adaptarse gradualmente al nuevo estilo de vida. Se va creando una nueva rutina, de tal manera que el cambio no sea invasivo generando un quiebre emocional.
El apoyo de la familia es muy importante, deben sentirse útiles, como lo menciona la escritora cristiana Elena de White:
«Las personas mayores también necesitan sentir la benéfica influencia de la familia. En el hogar de hermanos y hermanas en Cristo es donde mejor puede mitigarse la pérdida de los suyos. Si se los anima a tomar parte en los intereses y ocupaciones de la casa, se los ayudará a sentir que aún conservan su utilidad. Hacedles sentir que se aprecia su ayuda, que aún les queda algo que hacer en cuanto a servir a los demás, y esto les alegrará el corazón e infundirá interés a su vida». (Mente, carácter y personalidad, versión online).
Pensemos un poco en esta frase: «No es cierto que la gente deja de perseguir sus sueños porque envejecen, envejecen porque dejan de perseguir sus sueños». (Gabriel García Márquez).
Que la jubilación voluntaria u obligatoria sea una oportunidad para emprender nuevos desafíos, siempre acompañados de nuestros seres queridos y guiados de la mano del Creador.
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