
“Ustedes son de su padre, el diablo, cuyos deseos quieren cumplir. Desde el principio este ha sido un asesino, y no se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso. ¡Es el padre de la mentira!” (Juan 8:44, NVI)
“Fue una mentira pequeña”, “No le hace daño a nadie”, “Era necesario mentirle”, “Fue solo esta vez”. Estos y otros tantos justificativos son los que se utilizan para mentir. Pero, ¿hay mentiras pequeñas o inofensivas? ¿Será realmente que la mentira no hace daño? Si bien la Biblia dice que no debemos mentir ni andar en chismes y con eso debiera bastar, no siempre es así. Por eso, aunque no tengo todas las respuestas, te dejo algunas de por qué no debemos mentir.
Mentir provoca que la confianza no sea la base de una relación, porque si existiera confianza ¿tendría sentido mentir?
Una mentira nunca quedará “sola”. Genera que la persona que ha mentido sienta culpa e incluso, a veces, lleva a otras mentiras.
Cada vez que una persona miente, genera que los demás crean menos en ella. Incluso menoscaba su propia autoconfianza.
Muchas veces la mentira es un síntoma de inmadurez. Es más fácil mentir que enfrentar la realidad.
Tanto mentir puede llevar a la persona a creer que aquello que dice es real, que su mentira es la verdad. Esto provoca que se aleje del mundo real y “viva” en uno imaginario.
Sea pequeña o grande, la mentira daña a quien la dice y a quienes escuchan. No existen mentiras inofensivas.
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